¡Ay Carmela!
En los postres mis abuelos nos pedían un poema, los recitábamos subidos en una silla y al final había aplausos y una moneda de recompensa, cuando recité
El capitán pirata mi abuela me dio un duro. Un duro en aquella época era mucho dinero, les debo mi afición a la poesía .
Después los mayores tomaban café. Mi madre no quería que nos dieran café, mi abuela y Xon le replicaban que el anís era bueno para el vientre, el café con un poquito de anís lo
podían tomar los niños, y tomábamos café. Luego me veo yaciendo en el banco de la antesala oscura con todo, los muebles y la gran cocinera económica bailando a mi alrededor. Cada vez que huelo
ese aroma vuelvo a la cocina del Hostal. En los cafés de París, de toda Francia, cada mediodía y cada tarde, a la hora del aperitivo, abunda este olor a Pernod y Ricard y yo no paro de viajar
hacia el banco del Hostal, la oscuridad, y la danza de cacharros, el anís, mi magdalena.
Más tarde jugábamos al escondite subiendo y bajando escaleras, abriendo puertas, penetrando en las habitaciones, escondiéndonos bajo las camas. A mi hermano le daba reparo abrir la
puerta misteriosa, a mí me atraía, no en los pisos de arriba en donde también había puertas prohibidas sino en el principal en donde había estado el comedor del Hostal y adonde pasaba mi abuelo
cada día para ir a leer el periódico, la puerta daba al comedor-agujero... Con mi hermano, detrás , la abría procurando no hacer ruido, oíamos que nos gritaban “ ¡Oco! ¡no hi anasseu !
” ¡cuidado! ¡no vayáis!
Estaba el edificio tan bien situado, al lado del puente sobre el Ebro, que, en tiempo de bombardeos, era como víctima propiciatoria. La bomba había caido certera, dejando los muros
indemnes y hundiendo el centro del comedor, pero el balcón que dominaba el río sobre el muro de sillares había resistido. A mi abuelo le gustaba leer la Vanguardia, sentado en el balcón. Para
llegar hasta él había que bordear el agujero , cuando me veía asomarme a menudo me llamaba (si él no nos llamaba no debíamos ir) en el balcón mi Yayo Pepe tomaba el fresco que bajaba por el
río.
Este año 2009 han derribado la última casa de la
calle Argentina, a orillas del río, en la planta baja, els Ena
tenían la caballeriza, daba al Ebro, era una casa con vistas,
sentado en los bancos azulejeados de su terraza uno se deleitaba
contemplando el anochecer sobre el Monte Caro, hora bruja, el cielo
en rosa, azul y lila sobre la montaña tan azul como la Ste Victoire
de Cézanne. La terraza pequeña era preciosa, en los tres
costados, bancos con azulejos de dibujo persa, en azul y amarillo,
fin de siglo XIX, evocaba, con menos pompa, los azulejos de los
jardines de Mª Luisa, en la plaza de España en Sevilla.
Y como siempre en todas las casas derribadas han quedado en la pared las trazas de la vida perdida, restos preciosos para los antropólogos, los
etnólogos, los arqueólogos: pintura, mosaicos, madera, se puede saber si los vecinos tenían niños, si había cuarto de aseo, si era alicatado, donde estaba el comedor, quizás el despacho, la
pintura de la escalera en diagonal y con cambio de color a altura de hombre. Mi otra magdalena: todo un panel para los sueños de la niña que se paseaba por la Tortosa descuartizada de 1940.
Al pasar por delante de la estación me decían “ahí naciste tú” y yo veía un solar lleno de escombros, ahora veo una casa pero ¿cómo era la de mi nacimiento? nací, me
decían, en el primero, en el principal vivían mis abuelos maternos, los Fornós.
Después de los puentes y la estación, las bombas destruyeron por doquier
también el barrio de pescadores (¿de qué?) asentado en el llano, el centro de Tortosa. Ahí se halla el mercado que durante años, hasta que lo remozaron para su centenario, ostentaba trazas de metralla. Pronto reconstruyeron en lugar del barrio de pescadores una plaza de estilo castellano rodeando el nuevo ayuntamiento de ladrillos y bordes blancos (el Madrid de los Austrias) tiene aún una sala con vidriera en el techo ostentando el águila franquista.
La riqueza y la fama, Tortosa las debía a su situación geografica, puente sobre el Ebro, cabeza de su delta, en aquella época el municipio de Tortosa
llegaba hasta el faro de Buda, por el Ebro bajaban los cereales de Castilla hacia el Mediterráneo. En su lonja, en el siglo XV, se fijaba el precio del trigo en todo el Mediterráneo. Bajaba
también la madera de la cordillera Ibérica, tenía arsenal aún a principios del siglo XX, última ciudad de Cataluña hacia el Sur, era la primera plaza fuerte para defenderla en la
encrucijada de los países catalanes a la misma distancia de Valencia, Barcelona y Zaragoza, las tres capitales del reino de Aragón.
En 1938 cuando las tropas de Franco, vencedoras en Aragón, llegaron a Vinaroz, cortando la ruta entre Valencia, donde estaba el gobierno de la República, y Cataluña aíslandola. Y Franco hubiera ganado, ya en el 38 . Por eso la batalla del Ebro, el 25 de Julio de 1938.
Cuando dices Batalla del Ebro, te replican ¡Ay Carmela! ¿qué bonita canción! ¿cómo es?
http://www.youtube.com/watch?v=TaEgU7oBmTQ&NR=1
Yo no sé nada de música ¡Ay Carmela! me parece una canción alegre y popular, algo que transmite el entusiasmo de los soldados republicanos, los
rojos, que cruzan el Ebro, el 25 de Julio de 1938 y rechazan a las tropas franquistas, los moros, o como les
llamaren. Pero esa canción me choca, me traspasa el corazón. A los dos o tres años no la conocía sin embargo aún hoy no puedo oír sin sobresalto el motor de un avión sobre mi cabeza, anoche
mientras intentaba dormirme pasó uno, negros recuerdos en un paisaje soleado...
En 1940 Tortosa era una ciudad en ruinas a la que habíamos vuelto todos ... los vivos, los muertos y los que murieron, o los que mataron después, aún no
han vuelto todos, quedan en las fosas comunes fuera de los cementerios, en las cunetas de las carreteras, muertos como Lorca, a quienes
dieron la orden de correr y les fusilaron porque “se habían dado a la fuga.”
No quedaron puentes intactos, de uno el más apreciado sólo queda aún hoy en día un pilar de sillares de piedra en medio del río, a su lado montaron aquel año un puente de
barcas como el que tenía Tortosa en el siglo XIX y que había sido destruido por un incendio, en 1897, creo. Hoy en día hay un libro que atribuye al pintor Arrasa una imaginación histórica porque un cuadro suyo representa Tortosa con el puente de barcas. Y los que no tienen memoria histórica son ellos, jóvenes historiadores, que
ignoran que hubo una guerra y en ella una batalla del Ebro.
Un día me llamó mi yayo (abuelo) al balcón, yo “ya era lo suficiente mayor para saber y acordarme...” me enseñó en la página de La Vanguardia el retrato de
tres hombres y más arriba uno solo, el del Papa Pío XII con el dedo encima me dijo: “es un fill de puta, recorda-t-en tota la vida” luego señaló los otros tres: “éste es Stalin nos
ayudó durante la guerra, éste Roosevelt se portó decentemente, éste Churchill també un fill
de puta”
Todo Yalta en germen, yo tenía diez o doce años y supe y me acuerdo... la letra con sangre entra y mi vida durante y después de la Guerra Civil era pura sangre.